lunes, 8 de agosto de 2011

Las necesidades educativas especiales de los estudiantes con síndrome de Down



En el caso de los estudiantes con síndrome de Down conviene señalar algunas características básicas de su proceso de aprendizaje porque nos indicarán cuáles son sus principales necesidades educativas especiales (Ruiz, 2002):

-Necesitan que se les enseñen cosas que otros aprenden espontáneamente.

-El proceso de consolidación de lo que acaban de aprender es más lento. Aprenden más despacio y de modo diferente. Necesitan más tiempo de escolaridad.

-Precisan mayor número de ejemplos, ejercicios, actividades, más práctica, más ensayos y repeticiones para alcanzar los mismos resultados.

- Requieren una mayor descomposición en pasos intermedios, una secuencia más detallada de objetivos y contenidos.

- Tienen dificultades de abstracción, de transferencia y de generalización de los aprendizajes. Lo que aprenden en un determinado contexto no se puede dar por supuesto que lo realizarán en otro diferente. Necesitan que se prevea esa generalización

- Necesitan en la mayor parte de los casos Adaptaciones Curriculares individuales.

- Los procesos de atención y los mecanismos de memoria a corto y largo plazo necesitan ser entrenados de forma específica.

 -El aprendizaje de los cálculos más elementales es costoso para ellos. Tienen dificultades con los ejercicios matemáticos, numéricos y con las operaciones. Necesitan un trabajo sistemático y adaptado y que se les proporcionen estrategias para adquirir conceptos matemáticos básicos.

-El lenguaje es un campo en el que la mayor parte de los estudiantes con síndrome de Down tiene dificultades y que requiere un trabajo específico. Necesitan apoyo  individualizado.

-Respecto a la lectura, casi todos pueden llegar a leer, siendo recomendable el inicio temprano de este aprendizaje (4-5 años). Necesitan que se les introduzca en la lectura lo más pronto posible, utilizando programas adaptados a sus peculiaridades (por ejemplo: Métodos visuales).

-Necesitan que se les evalúe en función de sus capacidades reales y de sus niveles de aprendizaje individuales.
Fuente: Revista Síndrome de Down 20: 2-11, 2003

EXPERIENCIAS DE VIDA...

VOLVER A SER MAESTROS


Por:  MÓNICA MARÍA MARTÍNEZ FERNÁNDEZ

“La enseñanza que deja huella no es la que se hace
de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón.”
“Lo peor es educar por métodos
basados en el temor, la fuerza, la autoridad,
porque se destruye la sinceridad y la confianza, y
sólo se consigue una falsa sumisión.
Albert Einstein


Intentar cada día compartir lo que has aprendido no es fácil, más si lo que haces no es tan bien visto por otros, genera tantas expectativas, controversias y escepticismo.
Desde hace siete años estoy dedicada al trabajo con estudiantes que presentan Necesidades Educativas Especiales y desde hace tres años directamente al acompañamiento de los docentes que tienen estos estudiantes en el aula regular.
Aunque extraño los espacios en el aula, el trabajo directo con los niños, niñas y jóvenes, siento gran entusiasmo con esta labor que realizo.  Sé que muchos de nuestros docentes son escépticos, sienten inconformismo, no están de acuerdo con este proceso de inclusión de los estudiantes con discapacidad en las aulas.
Pero nuestro reto se basa precisamente en ello, en hacer visibles a estos estudiantes, en ampliar el espectro para hacer posible el cumplimiento de su derecho a estudiar, a participar con equidad en los espacios de la Escuela en particular, y de la Sociedad en general.

Siempre he creído que la labor docente es un asunto de pasión.  No exclusivamente de saber.  Se trata de vocación, de sensibilidad.  Tenemos en nuestras manos el material más valioso y a la vez el más frágil: seres humanos.
Un obrero conoce su labor, escoge los materiales que va a utilizar, aplica su habilidad en la actividad que realiza y evalúa inmediatamente sus resultados: el trabajo queda bien o queda mal y podrá tratar de corregirlo o simplemente asumir las consecuencias y las pérdidas.
Lo nuestro es más complicado: Muchos de nuestros compañeros docentes llegan actualmente a las aulas sin un conocimiento pedagógico: tienen claro sus saberes específicos, de eso no hay duda, enseñan lo que saben pero, en muchos casos, olvidan formar.
Desconocemos a nuestros estudiantes, tal vez recordemos después de un tiempo sus nombres o sus apellidos o el número asignado en la lista, pero desconocemos sus intereses, sus motivaciones, sus sueños (si es que han vuelto a soñar).   Les exigimos madurez y responsabilidad en el aula de clase, pero no nos preguntamos si están en manos de personas maduras y responsables.  Les pedimos silencio cuando tal vez tienen tanto para decirnos.  Les pedimos quietud cuando sus almas y sus espíritus están revolucionando su interior.  Les pedimos escuchar pero no les escuchamos, les pedimos respeto pero no los respetamos. Tienen tantas preguntas pero solo les exigimos respuestas.
Si nos tomáramos el tiempo para observarlos, para conocerlos, tal vez tendríamos más claridad sobre cómo aprenden, qué aprenden, cuáles son sus falencias, qué ritmo y estilo de aprendizaje tienen, quiénes son…
Y esto no sucede sólo con los estudiantes con discapacidad.
Todos los días nos hablan de Calidad Educativa, de enseñar con calidad, de evaluar con calidad.   Nos llenamos de formatos, de procesos que le dejan cada vez menos espacio al más importante de todos: Educar con Calidad.
Y las aulas están llenas cada vez de chicas y chicos apáticos, solitarios, ansiosos, depresivos, tristes, desafiantes, hiperactivos, pero realmente sabemos ¿por qué?
Son estudiantes difíciles pero siguen buscando la escuela, muchos de ellos porque encuentran quién los llame por su nombre (aunque sea para reprenderlos) porque allí son visibles, le importan a alguien.
Frases como estas les repito diariamente a mis docentes.  El problema no es tanto de aquellos que tienen una discapacidad, pues de estos por lo menos sabemos a qué se deben sus comportamientos y reciben por ello apoyos diferenciados.  El problema es más con los que no sabemos qué tienen: no sabemos por qué no quieren aprender, por qué no quieren sonreír, por qué no quieren vivir.

Tenemos que volver a ser maestros, maestros para la vida, para la familia, para la sociedad.  Ser aquel maestro que enseña, que forma, que escucha, que acompaña, que lidera, que gestiona, que se pregunta, que investiga, que pide ayuda, que trabaja con sus pares, que actúa.  Maestros que cantan y abrazan pero que corrigen y reprenden. Maestros con autoridad, no con autoritarismo.  Maestros que despiertan admiración y no rechazo. Maestros que conquistan y en quienes se confían pero que no abusan. 
Maestros que conocen a sus estudiantes, les llaman por sus nombres y buscan alternativas para que aprendan, investiguen, se pregunten y encuentren respuestas.  Maestros que hacen que sus estudiantes se motiven, participen y hagan de la escuela un espacio para la vida, un espacio de su vida.
Necesitamos maestros que se actualicen permanentemente, que busquen nuevas estrategias y metodologías novedosas para “encantar” a sus estudiantes, para posibilitar su aprendizaje atendiendo a sus necesidades pero rescatando principalmente sus fortalezas.
¡Este es mi trabajo de cada día!
Quiero convencer a algunos maestros de que si es posible ver a nuestros estudiantes más allá de lo que no pueden hacer y de que sus diferencias no son obstáculos sino posibilidades diferentes de aprendizaje.
Sé que queda mucho por hacer.  Sé que no contamos con los recursos suficientes. Sé que es una tarea difícil, que lo es aún más para los docentes que están con los chicos en el aula pues tienen que enfrentarse con las barreras del contexto y con sus propias limitaciones.
El camino es largo pero ya lo empezamos a andar.
Hay que unir esfuerzos.  No se puede perder la esperanza.
Son estos niños, niñas y jóvenes, al cabo, nuestra razón de ser y por ellos continuamos cada día, por sus necesidades, por sus posibilidades, por sus derechos.

Itagüí, agosto de 2011.